Muchas veces cuando leemos no solo lo hacemos por el santo deber de ser más
cultos y conocer los grandes escritores del pasado, o para estar en la misma página
que todo el mundo o meramente para cumplir con las clases o con la dictadura de
ser letrado.
Seamos sinceros, lo hacemos para salir del mundo cotidiano, del mismo día
a día que a veces nos encadena. Porque
nuestra rutina nos aburre y nos hace morir poco a poco. El tedio mata
lentamente y sin darnos cuenta que nos ha estado matando. Leyendo nos hacemos
pensar que tener la misma rutina todos los días no está tan mal. Porque cuando
leemos vivimos otra vida en un mundo fantástico o simplemente otro mundo u otra
vida que no es la nuestra. Leemos también porque queremos identificarnos, por
eso gustamos más de un personaje que de otro. Ese momento en que tomamos un
libro en las manos y nos regocijamos con las historias que nos atan a él, es un
momento en el que decidimos olvidar ya sea por horas o minutos la vida
cotidiana. Porque cuando leemos, viajamos sin movernos.
Porque nos ahorca, nos asfixia tener la misma rutina y más aún reconocer
que lo tenemos que hacer porque eso es lo que dicta el mundo. Díganme, ¿qué de
divertido tiene levantarte, beberte un café con un pedazo de pan, darte una
ducha, caminar/conducir/coger el metro/correr la bici hacia el trabajo y
trabajar/estudiar por sabrá Dios cuantas horas y luego regresar para quizás
seguir trabajando y acostarte a dormir para hacer lo mismo al siguiente día? Repetir,
repetir, repetir y repetir.
*(Claro, esto no nos aplica a todos. Hay quienes aman la rutina, los
respeto y los admiro aunque nunca los entenderé.)
Escribimos para distraernos, escribimos cuando hemos tenido un momento de
súbita emoción, cuando llega la hora de partida de un ser querido, cuando te
alejas de una persona, cuando hay un cambio y queremos descargar la pasión en
letras. Pero siempre hay cambios, uno de los grandes componentes de nuestras
vidas, el maravilloso cambio y el vaivén de las cosas imprevistas. Escribimos
bien o escribimos mal pero es nuestro, y eso que escribimos lo hacemos también
para matar algo. Matar el coraje matar, el “shock” cultural, para desboronar los
pensamientos y convertirlos en arte, en creación. Para conquistar nuestro
propio mundo y hacernos eternamente dueños de algo. Pero cuando escribimos también
revivimos experiencias y sentimientos que deseamos volver a sentir. Lo hacemos
para compartirlo o para nunca enseñarlo al mundo pero lo hacemos porque algo
nos mueve. Nos mueve la impaciente pasión de crear y recrear.